martes, 4 de enero de 2011

Delhi para todos los gustos

Decidí salir a caminar, desde el hotel hasta la zona de la Vieja Delhi. Me quedo sin palabras a la hora de describir el camino, lo que al principio me parecía un caos ahora lo veo como un orden diferente, regido por otras leyes, que sin comprenderlo por completo ya no me son tan ajenas como me fueron el primer día.
Los lunes no hay nada abierto, de atracciones turísticas, pero los musulmanes se congregan 5 veces al día tras el llamado la oración y rezan mirando a la Mecca. Aproveché a visitar Jama Masjid, la mayor mezquita de India, que puede albergar hasta 25.000 personas. Es impresionante como sólo al cruzar el umbral, desaparece el ruido de la ciudad y con un paso nos lleva a un lugar de tranquilidad. Este contraste lo ví perfectamente cuando subiendo por las estrechas escaleras de caracol llegué  a la cima de uno de los minaretes, con una vista de 360º de la ciudad que se extendiendo infinitamente ante nuestros ojos con su 12 millones de almas (censos más nuevos dicen que en 2010 llegaba a 20 millones).
En Nueva Delhi, podemos ver edificios del legado colonial, que se encuentran en el Rajpath, una ancha avenida con acento inglés. Desde acá deshice mis pasos hasta el hotel junto con la gente que en el medio del quilombo volvía a la tranquilidad de sus hogares, cruzando el Connaught Place, donde se encuentran los negocios conocidos y los indios más pudientes van a gastar en una prenda lo que los menos afortunados no pueden llegar a soñar con juntar en toda su vida.
El martes amaneció con lluvía, y me ví forzado a emprender otras de las tareas hercúleas que nos presenta el subcontinente Indio, que a esta altura ya creo que van a ser más de 7. Viajar en subte, es una experiencia, tal como en las películas el vagón venía lleno. Desde lejos pude ver como iba a ser el viaje entre las cientos de personas que se apretujaban. Busqué la mirada cómplice del tipo de al lado, para ver si éramos hermanos en el sentimiento y sus cejas arqueadas y la sonrisa de desazón hicieron que sin palabras pudiera entender que me decía “E´ lo qui hay”. Un tanto atemorizado tengo que confesar, me alejé para ver los usos y costumbres, y ví como las 2 o 3 personas que bajaban se abrieron paso entro los muchos que querían subir, que empujaban como si su Manjula se les fuera en ese tren. Aproveché no haber subido y quedé primero en la fila, tras la línea amarilla que marca el límite donde uno puede estar parado, que cuando llegara el próximo tren, sería la línea de fuego, el centro del campo de batalla, en la que pelearía por viajar. Apenas se abrió la puerta, como si fuera un scrum de rugby empujé y una vez adentro me dejé llevar por la marea humana que entre gritos ahogados y sonidos guturales, pedía en silencio que en la próxima estación se bajaran más de los que esperaban subir.
Esto no es una guía de viajes, ni como mi otro blog describía lugares, esto es el día a día, por lo que no voy a entrar en detalles de los templos de Akshardham y el Bahai del loto, que me llevaron todo el día. Nota al pie: Relean, mencioné que por la mañana llovía, y siguió lloviendo todo el día, así que tuve que andar chapoteando entre los charcos sagrados en patas durante varias horas, lo que ayudó de gran manera al resfrío que me acompaña mientras escribo esto.
Mi tren salía  a las 3 de la tarde del miércoles, ya sabiendo que no es tan fácil moverse como uno esta acostumbrado, me dejé algo de tiempo para llegar tranquilo a la estación, pero por la mañana visité el fuerte Rojo.
Una M amarilla se cruzó en mi camino, trayéndome recuerdos de comidas más normales. Mientras le pasaba al lado pensé literalmente: “¿Cómo mierda hay un Mc Donald‘s si acá no comen carne?” por lo que previo a recibir la sonrisa del Ronald Mc Donald de plástico que acechaba desde la puerta, fui a ver el menú y tras recordar que la comidad india pica cuando entra y pica cuando sale, me dispuse a comer. Lo que me trae a otra de las tareas herculeas, ya que hay dos posiciones, la primera, que es la que adopto, es la de probar todo, que muchas veces te lleva a pedir cosas que no te gustan y hay que comerlas a la fuerza, no sé si será moralidad en un país donde hay millones de personas que no tiene que comer o temor a quedar como un blaquito flojito que no le gusta pero sea a la fuerza o sin masticar y tragando derecho hay que pasarlo (llegué a mezclar arroz a la canela con el yogurt del postre por el hecho de terminarlo); la otra posición es la de encontrar algo que te guste y morir en esa opción hasta que un sánduche de milanesa se cruce por nuestro destino. Hay que tener en cuenta las innumerables historias de viajeros con vómito y diarrea por el mayor número de bacterias en la comida,  sin mencionar que ningún de los comedores de la calle podría certificar ISO 9000, igual creo que es más psicológico, porque ni la comida callejera de La Paz, ni de Bangkok ni de Delhi han podido voltearme, hasta ahora… Bueno, pero toda esta reflexión filosófica viene al caso de cómo la sagrada vaca, podía convertirse en un Big Mac y mientras hacía la cola, me acordé de cómo Travolta le cuenta a Samuel Jackson en Pulp Fiction que en París el Big Mac se llama Big Royale y acá ni Big Royal ni tres carajos, lo más parecido es el Chicken Maharaja Mc, con salsa especial de curry, donde en India, el curry no tiene nada de especial.